CUENTAS EXACTAS - Hugo Cella

LOS VAMPIROS EN CAÑUELAS


El hombre daba vueltas por la pequeña habitación. Contaba los libros. Los mismos libros que ya contó tantas veces. Por alguna razón que ignoraba, el resultado era siempre diferente. Esto último lo inquietó.

El hombre ha delineado un universo circunscripto por esos libros -que insiste en enumerar-, un sofá y el teléfono. Por ahora -y porque el hombre lo ha dispuesto- ése era su universo.

Se recuestó en el sofá, boca arriba. Miró el techo y sospechó un universo, otro.

Recordó un momento de su vida, cualquiera. Supo que era un instante impreciso. Supo, también, que no era exacto, que estaba confuso entre otros momentos, incluso algunos que no vivió, pero que creía haber vivido y que con el tiempo se habían hecho reales.

Por fin, decidió tomar el teléfono y hablar con Ernesto.

En este acto, aún sin pretensiones, puede conjeturar una conclusión. Con seguridad un final que tampoco ha vivido y que, quizás, tampoco vivirá. Pero cree saber que infiriendo el desenlace, ya lo ha evitado.

Piensa que si revela su culpa, acaso podría mitigar la desgracia.

Recontó los libros, ya en el límite del tedio. El resultado era distinto. Comprendió que ésa era la razón de enumerarlos.


Aquella leve tarde de un septiembre austero, él, el otro, habría de cumplir con un recado.

Por algo más de una hora, anduvo por la zona, llevaba sus pasos y un vago recuerdo de otro universo. Al principio dando vueltas y mientras contaba las casas de color blanco. Operación que por caprichosa, resultaba siempre distinta.

Había encontrado el edificio de la víctima, con el vetusto automóvil estacionado en el frente.

Consideró que aún era temprano y buscó un quiosco para comprar cigarrillos.

Ahora, tomó el teléfono, sintió que antes ya lo había hecho. Sin embargo, conocía también, que en cualquier universo, los hechos jamás son inéditos.

La realidad es un vórtice, pensó.

Entonces él, el otro, se supo más sosegado. Encendió un cigarrillo dando una pitada larga que le quemó la lengua. Un sabor entre acre y enmohecido le hizo escupir.

Volvió al frente del edificio. Supuso -siempre prefería suponer- que ahora era menos grave.

Tanteó el revolver en la sobaquera y volvió a mirar el edificio. Parecía existir una simbiosis entre el arma y el cemento. Aunque ahora, al edificio, lo creyó más antiguo.

Contó los pisos por cuarta vez -antes lo había hecho en silencio, ahora los contaba en voz alta para sí-. Ninguna vez el resultado era el mismo, y eso le daba una sensación de inestable tranquilidad.


Cuando terminó de marcar el último número y pudo imaginar el gesto de asombro del otro -porque siempre prefirió imaginar-, supo que podía ser tarde. Y supo, también, que el recuerdo es una trampa.

Dejó el teléfono en su lugar antes de que sonara la primera campanilla. Aquel gesto, el de dejar el teléfono, cambiaba los hechos. Por un momento él era el otro. Sin embargo, también los hechos cambiaban sólo por un momento.


Miró su reloj y supo que ya era la hora precisa. Ese instante o cualquiera era igual pero creyó saber, aunque ahora él fuera el otro, que se trataba del instante correcto.

Abandonó, por la mitad, el decimocuarto recuento de los pisos. De todas maneras, sabría que el resultado sería diferente que la vez anterior. Cruzó la calle angosta y oscura. Bordeó el vetusto automóvil.

La puerta del edificio estaba cerrada. Esperó a que alguien saliera.

Esa espera podía terminar en un encuentro si acaso quien salía era el otro.


Entonces decidió tomar otra vez el teléfono y hacer la llamada.

El no lo había matado y podía asegurarlo, si le confesaba al otro, una verdad sólo posible en su universo. Esta vez, si completaba la operación se sorprendería cuando escuchara el cuarto timbre.


Esperó, mientras recontaba los libros otra vez.


Subió al ascensor y oprimió, con disgusto, la tecla número cuatro. Enumeró los pisos mientras subía y no supo porqué el resultado fue cinco. La puerta estaba entrecerrada, gravitando en la espera.

Ahora estaba sobre el sofá, lo llamaba para decirle que él no lo ha matado. Pero no se sorprendió cuando vio el arma que precedía al otro.


Luego del quinto intento, dejó el auricular en su sitio, sabía que no era el momento. Se levantó. Recorrió por decimocuarta vez la habitación, y contó los libros.


Supo, o creyó saber, que no podía dilatar la acción, y mientras Eugenio, sorprendido, con asombro, colgó el teléfono, oprimió el gatillo.


La escena no se detuvo.


Ahora, él es el otro y cuenta los libros. El resultado siempre es distinto. Eso lo inquieta.

Da vueltas por la habitación.

Se recuesta sobre el sofá, boca arriba. Mira el techo y sospecha un universo, otro.




Pasaron 29 años, pero lo conseguí. En el año 1995 gané el Premio Juan Rulfo, pero era la época analógica y no obtuve algún certificado, tan sólo salió una nota en el matutino Clarín con la noticia. Hace un par de semanas me puse en campaña de conseguir algo que certificara el premio, me comuniqué con Radio Fracia Internacional y, con una atención a mi caso realmente destacable, tuvieron la deferencia de extenderme el certificado. MUCHAS GRACIAS RFI y RFI Español .

ANALÍA

Hugo Cella

Me crié a orillas del río, donde las aguas son más lentas y guardan el secreto debajo de la superficie. Ella era como el mar. Se agitaba en la espuma chispeante. Ella era toda una, como el mar cuando avanza o cuando se retira.

El mar es único.

Es único como uno mismo. Cuando la vida se mueve, también se mueve toda como un único cuerpo, hacia un único destino.

El destino, como la orilla, puede avanzar o retroceder, pero también es el mismo y entonces, es toda la vida la que se mueve.

Por eso, cuando Analía miró el vacío que se abría inexorable unos dieciocho metros hacia abajo, desde el quinto piso de aquel departamento en Mar del Plata -que nos vendieron con vista al mar hacía diez años y que ahora se sumía en una inmensa maraña de cemento-, sospeché que ella también, junto con la orilla del mar, avanzaba o retrocedía, pero siempre en su totalidad.

Se volvió, Analía, recostándose en la barandilla y mirando hacia dentro, donde la última luz, mortecina ya, de un crepúsculo fácilmente olvidable, acariciaba las pilas de libros que estaban sobre el piso.

Los cajones repletos de ropas, fotos, olor a naftalina y zapatos, estaban cargados ya en el camión de mudanza.

La miré una vez más y le alcancé un mate, cebado en el último cacharro que no había guardado.

Se separó de la barandilla y caminó hacia a mí, toda ella, toda su orilla. Como sospechando lo que yo podía pensar, como creyendo en un destino distinto, en otro.

- Vas a estar bien -me dijo oscura, casi sin voz, o con ese hilillo de voz que se asoma después de un silencio largo y frío.

Supuse que lo decía por decir.

Prendí la luz, una mínima lamparilla que colgaba de un cable sucio, y ahora podía verse la suciedad, las pelusas, algunos papeles, la tierra.

Analía me devolvió el mate y se asomó otra vez sobre la barandilla. Hacía frío. O quizá yo sentía frío y la luz no alcanzaba a entibiar, siquiera, el pequeño ambiente.

Me volví hacia la biblioteca simulando acomodar algún libro. Tomé la estatuilla de Afrodita y, luego de limpiarla un poco, la cambié de lugar. Todo era inútil.

Analía dejó el balcón y entró.

El frío la habrá alcanzado, pensé.

- Dame otro mate -dijo en el mismo hilillo de antes.

Eché un poco de agua en el cacharro, dejé todo sobre la mesa y, con un gesto que no hice, la invité a tomarlo. Volví a la biblioteca a simular que ordenaba. No podía imaginar otro gesto.

Entendió. Siempre entendía.

Tomó el mate y lo dejó sobre la mesa, ahora con algún desprecio. Quizás ella tampoco podía imaginar otro gesto, porque volvió al balcón.

Le dije que iba a comprar cigarrillos. Asintió sin darse vuelta y sin palabras. Sólo un gesto con la cabeza, mientras miraba con insistencia hacia abajo como para no mirarme.

Agarré la campera que estaba en la silla y, mientras me la ponía, la miré otra vez. Se había quedado asomada al balcón, mirando hacia a abajo, hacia el vacío, como buscando una respuesta a una pregunta que no se había enunciado.

Afuera hacía más frío que en el departamento y una llovizna, como una película de seda, mojaba la calle, abajo.

Traté de calcular los minutos para ya no verla. Di una vuelta innecesaria para alargar el camino.

Aquella noche, la primera, me había parecido ver en sus ojos una promesa distinta a otras que ya había visto. Sonrió y entendía que ahora, no sabía porqué, podía ser.

- El río es lento, me parece lento y, además, me parece débil -me dijo mirando el agua marrón y correntosa.

- Por debajo. Hay una corriente que va por debajo de la superficie. Es más rápida y es más peligrosa. Es distinta -le contesté mirándola otra vez para confirmar que había una promesa en sus ojos.

Ella avanzó como la orilla del mar, toda ella, toda orilla. Y quedó, ahora, mirándome.

Preferí alargar aún más el camino y dar alguna vuelta por la rambla, mientras las primeras sombras hacían más frío el panorama marino, y la llovizna luchaba para convertirse en lluvia.

Desde aquel río hasta encontrarnos buscando un departamento en Mar del Plata podían contarse alguna que otra marea.

Me pareció que el trayecto se había alargado lo suficiente. La llovizna había fracasado en su intento pero la noche le había robado la poca luz al crepúsculo.

Tuve un momento de duda cuando vi el tumulto en la vereda, cerca del camión de mudanzas. Corrí un poco y traté de abrirme paso entre la gente que se lamentaba mirando hacia abajo.

Al mismo tiempo, mientras llegaba, podía escuchar: se tiró, se tiró.

Llegué al sitio en un suspiro, en donde la gente se apretaba rodeando algo o a alguien. Contuve el latido por un instante, hasta que Analía me abrazó espantada de ver a un hombre que había decidido terminar con su vida, lanzándose desde un edificio.


DOBRINË STANÏA, LA OTRA

Dobrinë Stanïa, la otra

Dobrinë Stanïa, la otra

Ahora su vida era otra. Volvió a tocar su cara y, sin quererlo, esparció la lágrima dividiéndola, haciéndole un pliegue. Un pliegue similar al que ahora tenía su vida.

Se alejó del puente -que se llamaba Sbunäià Tjënô, o algo así-, pensando en cómo entraría la nieve por sus zapatos. Sin embargo, supo, desde la lágrima que corría por su cara, desde el mismo instante en que se fundió en el abrazo con aquélla, o creyó hacerlo - ahora no recordaba si había ocurrido o era sólo un sueño -, que su vida era otra.


Diario de Dobrinë


Enero, 11

Entonces ya no tiene importancia si su nombre es Elsa o Estela, o alguno similar. Es pobre. Ahora ella cree tener un nombre y eso es lo importante. Y tiene un pasado, y un presente, y sabe que tiene un presente. Con ese sentimiento de certeza me alejé del puente - porque no sé si lo viví o aún es un sueño, un sueño premonitorio -. Me alejo del puente entre risitas en otro idioma, sosteniendo una lágrima que se pliega sobre mi cara.

Recordaré esta lágrima por siempre. La lágrima que me fusionó con la otra - no sé si lo he vivido o es un sueño, un sueño premonitorio -.

Cuando llegué al cuartucho y vi a Günter o Bjorgë o Eröd - porque nunca supe bien su nombre -, tirado en el catre sucio, comprendí que ya no pertenecía a ese sitio. Traté de...


Enero, 12

...no despertarlo, un poco porque el frío dentro del cuartucho era igual o más intenso que afuera y retomar el sueño podía ser dificultoso, y otro tanto porque si lo despertaba, Günter o Bjorgë o Eröd - nunca pude retener su nombre -, podía volver a pegarme.

También recordé cuando me decía que no teníamos nada que perder, y que dos cuerpos se abrigan juntos más que uno solo.

Yo creí. Siempre creí, y ahí estaba la diferencia. Nunca necesité de sus palabras ni de sus frases ingeniosas para creer.

Lo miré un instante, sólo por mirarlo. En algún momento tuve ganas de tirarme en el catre. Y dormir. Y no despertar. Pero toqué, otra vez, la lágrima de frío o de miedo o de tristeza, y sacudí la cabeza para no volver.

Junté mis pocas cosas en un hatillo. Recordé llevarme un poco de papel y un lápiz que había guardado en un sitio secreto. Salí lo antes que pude.

Ese día, cuando ya estaba en la calle empecé a escribir esto. No escribo tan rápido ni tan bien como la otra.


Enero, 20

Hace frío. Ahora sé que hay una otra allá, en un algún sitio confortable, viviendo en una casa que no conozco y que está sobre una calle que ignoro.

Sé que ella está y debe ser una vida muy tediosa, entre músicas más cercanas a este lugar que a aquel. Bach, Brahms, Chopin. Escuchando algún concierto de alguna amiga en un teatro inmenso y lujoso. Una pianista con un extraño nombre como: Elsa o Estela. Y yo, ahora, soy ella, la otra.

Anoche caminé otra vez por el puente Sbunäià Tjënô, ahora hacia el otro lado, sospechando que podría ser la última. Fue por esa razón, quizás, que me apareció una sonrisa en el rostro. En el mismo rostro en donde había dejado congelar la lágrima. La lágrima del pliegue. La misma. La otra.


Febrero, 20

Lloro. A veces lloro por la mañana. Sobre todo cuando creo que extraño el otro lado del puente Sbunäià Tjënô. Entonces siento la cara mojada por una lágrima que es mía. Sé - porque estuvo conmigo, porque fuimos una durante un poco más de un segundo, la otra noche que la soñé y no podía despertar por el frío - que allá, del otro lado de aquel océano inmenso, hay otra que interpreta Faure en el piano. Y que habla francés. Y que sueña que es otra muy lejos.

Cuando la nieve entra, a veces, por mis zapatos, sé que ella se viste para ir a un concierto. Pero ¿lo sé? ¿Lo he vivido? ¿Ocurrió o fue un sueño? Tal vez fue un sueño premonitorio.

La otra noche volví al puente pensando en aquella idea casi con obsesión. Busqué un refugio cerca. Después me pregunté: ¿por qué cerca del Sbunäiâ? No supe qué contestarme. Encontré un umbral seco, frío pero seco, que podía servir muy bien a mis pretensiones.

Acomodé mis pocas cosas y sequé una lágrima plegada, que no supe si era de frío o de tristeza. No por ella...


Enero, 30

...sino por la otra. La que sufre en otro sitio, lejos. Sé que está triste, que quiere venir, verme, odiarme, sentirme, quererme y por fin, dejarme.

No importa. Ella sufre. Piensa en otra vida, sin Faure. Sin teatros que se llamarán Alahmbra, Gaúcho, Tangë, o algo así, al fin y al cabo todos suenan igual.

Hoy hace más frío que ayer.

Caminará por salas inmensas. Sentirá el calor del verano - porque allá será verano, porque tienen verano, no como acá -. Y sentirá la atmósfera sofocante del rito y la anestesia que adormece los amores, los odios, los adioses.

Cuando le dije a Bjorgë - prefiero creer que se llamaba Bjorgë -, lo de la otra, me pegó otra vez. Sé que estará nervioso esperando que regrese. O peor, estará enojado con más ganas de golpearme.


Enero, 31

Esperé más de una noche, soportando el frío mordaz de este maldito y frío Budapest, estirando la mano lo necesario para recibir alguna moneda descuidada y fría, también.

Sabía, desde el comienzo, que el fin estaba cerca...


Febrero, 5

...tanto que puedo sentir la nieve que penetra en mis zapatos y en los de ella. En los finos pies, delicados, de ella que bosteza en algún teatro escuchando una ópera o una sinfonía complicada. Y subirá a su cuarto a dormir y no podrá. Y hará palíndromas, que en su idioma - porque habla otro idioma que no conozco -, sonarán como: El birrete terrible o parecido. Y sus lágrimas, sin pliegues, no pueden salir como las mías.

Pobre. Es pobre. No tiene lágrimas. Es una vida agobiante. La atmósfera sofocante del rito y la anestesia que adormece los amores, los odios, los adioses.

Le dedico esta lágrima, la última. En el lejano pliegue de esta lágrima está cerca su otra vida. Sé que la siente tanto como yo. Y por eso hace palíndromas. Y hace anagramas con el nombre de ella que no imagino como es, pero que suena a reina o algo así.

Ella es la reina y yo...


Febrero, 6

Bjorgë no tardó en encontrar mi escondrijo del umbral oscuro y frío de la casa abandonada del otro lado del puente.

Me levantó tomándome por mis pocas y frágiles ropas y, rompiéndome, en el envión, la solapa del chaleco negro, me tiró sobre la vereda.

Me levantó otra vez. Me abofeteó en el pómulo. Olí su mano grasienta. Sentí su mano sucia golpearme el pómulo. El frío colaboró haciendo más violenta la escena y aún más doloroso el golpe. Así, medio arrastrándome y medio caminando, me trajo al cuartucho.

Bjorgë se ocupó de colocar mis pocas cosas en los sitios de antes y no pude aguantar. Comencé a llorar, al principio con algún esfuerzo, pero luego suave y sostenido. No quise apagar las lágrimas porque me refrescaban la cara y me calmaban el dolor del golpe. Ella estaría sufriendo una pena de amor, lo sabía.

Lo sabía porque nunca me habían dolido tanto los golpes como ahora. Es porque ella está sufriendo. Se lo conté a Bjorgë y dice que estoy loca, que mi vida termina aquí y que nadie me espera en ningún puente. Pero yo sé que ella está pensando en mí y está sufriendo. Esa reina. Es la reina y...

Cercana.


Marzo, 15

Cada tanto puedo escaparme al frío puente. Puedo ver, con algún esfuerzo, a los chicos jugar con la nieve. Ver a otros patinar sobre el Danubio congelado. Me apoyo sobre borde del puente, apretando los puños para que me dé calor y pienso en ella que sufre lejos, que sabe que soy su mitad. O soy yo quien cree que ella es mi mitad. O ni yo ni ella sabemos con exactitud qué mitad somos de cuál. Al fin, no somos ni ella ni yo. Somos la otra.


Marzo, 28

Sé que se acerca el día. Lo supe cuando esta mañana, Bjorgë, que estaba despierto cuando abrí los ojos, mi miraba como entendiendo. No quiso pegarme y puso un trozo de pan sobre una caja como invitándome a comerlo.

La temperatura había bajado aún más o eso parecía. Me preguntó si era ese día. Le dije que no, pero que el día estaba muy cerca. Creo que Bjorgë tiene miedo, mucho más que yo.


Abril, 7

Ella me esperará en el puente. Lo sé. Mañana a las cinco de la tarde. Ella saldrá del hotel Ritz y con poco abrigo - porque ella de allá no sabe lo que es acá -, sólo con un traje azul. Mañana.


Abril, 8

Ya es la hora. Voy hacia el puente. La veo. Me ve. Podemos tocarnos.

Ella me abraza y ahora mi vida es otra, lo sé.

No soñaré con fríos Budapest ni con nieves. Volveré a mis propias penas de Buenos Aires. Conciertos de Faure y galas nocturnas más frías que las frías calles de Budapest.

Ella quedará con Günter o Bjorgë o Eröd, o como se llame. Para bien o para mal, compartirá su pan y su desdicha. Pero no estará sola. Ella lo sabe, aunque no quiera.

Vuelvo a tocar mi cara y, sin quererlo, esparzo la lágrima dividiéndola, haciéndole un pliegue. Un pliegue similar al que ahora tiene mi vida.

Me alejo del puente - que se llama Sbunäià Tjënô, o algo así - pensando en cómo la nieve entrará por sus zapatos. Sin embargo, sé, desde la lágrima que corre por mi cara, desde el mismo instante en que me he fundido en el abrazo con aquélla, que mi vida es otra.


6


HUBO UN REGRESO

HUBO UN REGRESO A AQUEL MOMENTO Y SITUACIONES

1976

He comenzado el retorno

mi cabeza

mi sueño

y es ya un momento definido

El regreso a ¿qué?

o ¿sí?

Expresarme es el objetivo

lograrlo es solo yo


Y aquí estoy, esperando al sol desde mi nube, y aquí estoy, volando en un día de nada, absuelto por la nada y absolutamente impotente. Esperando la mano cubierta de líquenes que venga a salvarme del suspiro final.

Yo no quisiera caer o retener en la explicación, claro, porque yo no me explico.

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Si en algún momento pensé en prorrogar la partida de mí mismo, fue simplemente porque era inútil silbar al sol en dos imágenes imposibles de unir.


GUÍA ILUSTRATIVA DE SOLEDAD

GUÍA ILUSTRATIVA DE SOLEDAD

GUÍA ILUSTRATIVA DE SOLEDAD

13/1/1977

Detestaban a mis oídos sus quejas, ceñían su nombre en las tristes comisuras, pero prefería escapar, llorar, escapar.

Llorar: Emanar tristezas por el conector vital.

Escapar: No desear la muerte. En algunas mentes, vomitar el sueño.

Y comencé a correr hacia la vida, lo hice sin saber si en algún momento lograría llegar al fin, aunque desconfiando de mi último suspiro clamando al dios que hurgaba en la silla de razón, comprendiendo un poco más aquellas miradas increíbles que surgían del cerebro, y casi sin conocer mucho sobre los tontos consejos.

Correr: sistema de empaque.

Suspiro: coloración auténtica de la muerte.

Dios: viento de increíble fatuidad.

Razón: testigo inaudito de toda malicia.

Vida: sector indicado con flechas rojas.

Consejos: flechas rojas.

Alguien no sabe mi nombre y, sin embargo, sé impedir las palabras que me hacen daño. Sé evocar los silencios, uno por uno, hasta encontrarlos muertos, supe describir el sol sin internarme en laberintos futuros, sin llorar la sombra de tu idiota máscara en el sótano letal de la ignorancia.

Nombre: ciudad natal de las mentes.

Palabras : trozos de tuerca metálica.

Daños: Dios de la serenidad.

Silencios: partes separadas de una embarcación.

Muertos: sonidos imperceptibles.

Laberintos: encuentros entre seres mitológicos.

No es importante, es una banalidad inútil y despreciable sin embargo, lo es y eso tiene su mérito.

Aquél no existe ni es interesante, éste y ése son puntos cardinales de la mentira. El olvido debe seguir, es como un camino rodeado de sauces que descargan sus ramas sobre el río oscuro.

Importante: Camino rodeado de azul.

Interesante: Ser petrificado.

Mentira: pequeña mesa de patas caseras.

Seguir: hacer globos con los dedos.


CARTA EN BUSCA

Carta en busca (1977)


Creo que esta historia no tiene aún nombre. Estoy trabajando pero luego ¿qué? o ¿dónde?

Quizá no renueve el interés en toda esta maquinaria aplastante, en la sociedad imbécil, total, soy uno más en la lista de idiotas.

Algún día, alguna noche, sé que podré volver a aquella vida de delirio constante, podré verme en el espejo y preguntarme cómo sin el menor temor de no poder contestar.

Quisiera que alguno escuchara esta lucha interna que en mi se enaltece degradándome, quisiera ver los ladrillos inútiles caerse ante mí simplemente para no equivocarme. Ayer dije no al abismo, hoy sin saber qué, aparece ante mí nuevamente la idea de parecerme más a nadie y comenzar otra salvedad o, mejor dicho, continuar con la salvedad iniciada hace muy poco tiempo y discontinuada a causa de mi descomposición.

...............................................................................................

Si hubo una causa en mí que me obligó a desatarme fueron las ansias quemadas y viejas de comodidad.

¿Qué comodidad?

(Es inútil el intento de evitar el arreglo de algo)

¿Oh? ¿No?

No me interesa analizar, sin ninguna razón aparente, el estado actual de las situaciones generadas. Solo lograré desprenderme de ellas olvidándolas y mostrando mis idiotas cavilaciones, aún en este sitio.

No podré tolerar más. Ya los tigres no joden.

Quizá utilizan la palabra auténtica o sea, me refiero a la palabra en sí, no en función de sustantivo sino en función de mensaje o búsqueda. Pero no quiero irme del tema. Nadie aún me conoce, claro, incluso yo, pero no puedo ser menos que las llamadas al sur.

Solo podré salvaguardar, si esa es la palabrita, salvaguardar las decisiones y acumularlas para indicar el extravío profundo y verás (o voraz).



GRACIAS PATRICIA

Gracias Patricia (1977-2023)


Escucho un lejano canto de otoño, exalto un nombre en una hoja blanca, y doy mil vueltas antes de sentir paz. Tal vez recuerde algo como una vieja idea, un viejo pasado de baladas de abril, un viento que me llega de muy tiempo.

Cuando los silencios no esperan, las palabras son sólo gestos en una metamorfosis entre significado y significante.

La fisonomía de esa palabra sostiene a un interpretante marcado por un signo deglutido, soñado, pensado, masticado por un representamen que mantiene el flujo como una corriente indecisa. Aunque, poco a poco, recuerdo aquello que me pesa, y ahora no, son ideas tan de noche, que es mejor no (o si).

Vi unos pedazos de tristeza hurgar en las sombras desde ya y siempre, pero no miré como oyendo el cierto grito. Si las sílabas fuesen vino, y yo, y yo el cigarrillo que escupí el sábado porque no tenía filtro, el sábado, por supuesto.

Quisiera saber esperar en los tiempos que urgen, en ese espacio que llamamos insondable.

Me reinicio sin haber ubicado, sí esa es la palabra, sin haber ubicado la escena en el marco prefijado nunca, aunque de silenciosas.

La transfiguración puede generarse, ya lo sé, pero hasta dónde lo permite alguien, y ese no lo sé, por... y otra vez la palabra como gesto, como signo mutable.

Tal vez sea uno más en la larga lista de incoherentes, pero aquí está, para hacer alarde, o para sofocar los intentos caseros

¿De qué? Pregunta incompleta, objeto inmediato.

Quisiera mover las alas que me dio Juan y poder ver a los viejos camalotes flotar en un cerco de las llanuras iniciales, objeto dinámico.

INICIALMENTECOHIBIDO

DE LAS MANERAS:

Progresó,

hizo sombra,

soñó,

y no buscó lo ambicioso de su casco oriundo


LAS ÚLTIMAS INDICACIONES:

Una pregunta + una respuesta =. ¿Argumentos o símbolos? Tríada incompleta.


¿Quién logra hacerse la luz en determinadas fantochadas?

Así era la prenda postrada anteriormente en las uñas.

Y no. Sólo significantes sin significados.

Un título tan solo


BÚSQUEDA:

El árbol que me enseñó sin caer.

La hoja que derrumbó la carne.

El estrepitoso gusto.

La embestida hacia la orilla.

El velamen asfixiado en los últimos intentos de despliegue.


Nada indica.


A TODOS LOS LOBOS

Teléfonos:


Prefacio innecesario para “A todos los lobos”


Siempre parece resumirse en una cuestión de gustos. Al no haber un patrón universal o una reglamentación respecto a la creación literaria (en este caso), las posibilidades son infinitas. Esto es lo que convierte a nuestra tarea, en una de las más encomiables.

La palabra puede ser modificada y amasada hasta el hartazgo. Las frases, al fin y al cabo, son las mismas, como los sonidos. Sin embargo, pueden parecernos distintas, casi con seguridad, por un déficit de información.

La combinatoria de palabras, conjunciones, artículos y demás artefactos y artilugios literales, hace que no pueda existir una aproximación, siquiera, a una definición de lo correcto o acertado.

Aquella frase perfecta, pudo haber sido escrita hace cien años sin que más de media población mundial lo supiera. Pero, por si esto fuera poco, las posibilidades de darle un giro u otro, acrecientan las alternativas de plagio inconsciente.

De cualquier manera, ni está mal ni está bien escribirlo de una manera o de otra, salvo graves errores gramaticales como sería colocar las ruedas del vehículo en el techo.

En tanto la visceralidad de la obra, depende en gran grado del lector.

Lo mismo que puede emocionar a cien personas más allá de su sexo o edad, puede no causar la mínima cosquilla a otros cientos, y esto puede deberse a una situación personal coyuntural o social.

Por otra parte, lo visceral no hace a la calidad de la literatura, ni el excesivo cuidado gramatical y el trabajo arduo de un texto garantiza su excelencia.

Pero si lo visceral no es directamente proporcional a su calidad y el trabajo pormenorizado de la prosa tampoco da garantías sobre la riqueza del texto, podría concluirse en que no hay fórmula capaz de asegurar el éxito, pues entonces, ¿en qué términos está dada su exquisitez literaria?

He ahí, seguramente, el punto culminante toda búsqueda artística.

Más allá de ese punto, es imposible adentrarse en un camino por el cual, aún los más ilustrados han fracasado.

El placer de escribir se debate entre la emoción y la técnica. Ora triunfando uno, ora triunfando el otro, pero el escritor avezado debería comprender que ambos ejércitos están compuestos por seres falibles y de dudosa moral que más tarde o más temprano nos traicionarán ya sea abandonándonos en manos del otro, o simplemente entregándose al enemigo.

La lucha no es desigual, ni decisiva, sin embargo, está más allá de nosotros.

Habría que tener en cuenta una única cuestión a la hora de decidir hacia qué rumbo tomar ante la hoja en blanco, y de tratar de evaluar los beneficios y los perjuicios a los que uno se expone a la hora de crear.

Esta cuestión, también conocida como "miedo a la locura", está presente en cada escritor y en cada obra. No puede menos que evaluarse en términos de proyectos y expectativas.

Podría citarse a Bretón, cuando en su Manifiesto Surrealista dice: “No ha de ser el miedo a la locura el que nos obligue a poner a media asta la bandera de la imaginación”. Y... no sé, agrego como comentario a la frase.

No cabe duda de que la locura sería un sitio que todos visitarían si supieran con certeza que de ella se puede volver ileso.

Sin embargo, como tal seguridad no existe, la humanidad ha decidido vivir en un estado de conciencia (aunque por lo menos dudosa en tanto virtudes), que le permite crear un mundo imaginario que ya nadie atreve a desafiar.

Esta necesidad social de cordura puede expresarse en mayor o menor medida, dependiendo del temor de cada uno, o acaso de su instinto de supervivencia.

La visceralidad a la que se hace referencia es casi la misma que la que pudo haber arrojado a la locura a Abelardo Castillo, hecho no ocurrido gracias al abandono de esa visceralidad y es por eso que El que tiene sed o Crónica de un iniciado tienen un alcance literario distinto que El evangelio según Van Hutten).

Sin embargo, llama la atención que Poe no sea de la apetencia de algunos. En El pozo y el péndulo, no sólo raya la locura, sino que abandona todo tipo de tecnicismos para transformar su literatura en visceralidad de la más encarnizada.

De todas maneras, la cercanía de la muerte o mejor dicho, la conciencia de la cercanía de la muerte, se encargará en cualquier caso, de arrojar a todo mortal a la más profunda visceralidad.

Adjunto a este texto una carta que escribí a los diecisiete años a mi primo Jorge Fernández, días más tarde de una discusión parecida, (si no igual), sobre la conciencia, la sociedad y la inconciencia. Creo conveniente hacerlo, dado que al fin y al cabo, todo se reduce a eso.

Cada tanto puedo recordar que alguna vez perdí el control sobre mis personajes, pero que desde que crucé de la ventana de un departamento a un lavadero de otro, con siete pisos debajo, para salvar del delirium tremens a una amiga, he decidido planificar mis noveleas y escribir cuentos.

El único inconveniente puede ser la incertidumbre de, si acaso, el camino decidido, será el definitivo.

La carta que adjunto (escrita en 1974) termina con la siguiente frase que replico: "Mis más profundos deseos de realización".

Hugo Cella

Agosto de 2017



A TODOS LOS LOBOS

en especial a J.H.F. y a mí


En determinadas circunstancias, la mente humana considera real las inusitadas fábulas que increíblemente nos tocan vivir.

Sin embargo, en medio de este circo ambulante, como dicen los físicos: planeta en rotación y traslación, aún no conocemos nuestro verdadero sentido, si es que existe uno.

Nadie ha sabido ubicar las imágenes de él mismo, y nadie supo conocer lo verdaderamente NO-MEDIOCRE del hecho que consiste en sobrevivir.

Aunque creo que hablo de sobrevivir en forma irresponsable, sin deparar en mí mismo, olvidando que también estoy sobreviviendo, a mi pesar.

No quisiera ahogarme en un sinfín de palabras sin dejar bien claro que el fin de toda sustancia es el correctamente utilizado en cada uno de nosotros. Creo que aún no somos lo suficientemente mentales como para sobrellevar la carga atroz de una filosofía propia.

La llaves que creemos perdidas para siempre, sólo pueden encontrarse dentro de uno mismo, pero en ese caso, tonto sería no buscarlas.

El dios riente supo callar a tiempo, sólo nosotros podemos utilizarnos. No más mediocridad. No más conformismo de nuestra mente hacia nuestra mente. Debemos llegar, (y me alegro de citar a Artaud), a la cristalización de toda medida mental aunque inusitadamente enorme para nuestra capacidad casi inexistente.

Por sobre todo, me gustaría señalar que nadie logró conquistar la situación mental propia, sin un riesgo de deterioro de su conquista, sin embargo, y a pesar de los esfuerzos ajenos para evitar esa conquista que les resulta molesta, se pudo realizar esa cristalización que antes señalaba.

Quiero dejar bien aclarado que en ningún momento me refiero a conquistas físicas, sino, pura y exclusivamente a conquistas mentales.


MIS MÁS PROFUNDOS DESEOS DE REALIZACIÓN.

Hugo Cella

Septiembre de 1974

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